5/8/11

Ancla, tercera parte.

-          Ha muerto.
-          ¿Qué? ¿Quién? ¿La abuela?
-          No.
-          ¿El abuelo?
-          No, Trini. Ha muerto Trini. Tenía cáncer y no me lo había dicho. No se lo había dicho a nadie. Me ha llamado Sandra, dijo que no quería que yo lo supiera.
-          Joder… lo siento mucho mamá.

Hay días que quedan grabados a fuego. Podría contarte incluso que llevaba puesto. Podría contarte que perfume sudaba mi madre. Incluso el sabor de sus lágrimas. Lo que es el dolor, ¿eh? Podría contaros todo. Llevaba un bolso marrón que nunca me ha gustado (el marrón nunca pega con el dolor, mejor el negro). Se había peinado esta mañana. También se había maquillado. Y había sonreído, como siempre, al despedirse. Sonreír, ¿para qué? Ni si quiera pudo ir al entierro. Todo estaba planeado para ahorrar el máximo dolor posible.
Supongo que yo haría lo mismo que ella. Quiero decir, si me detectasen cáncer, o que se yo, cualquier enfermedad que me acercase (aún más) a la muerte, no se lo diría a nadie. Si eso a mi familia. ¿Qué gano viendo cómo se lamentan por mí? ¿Cómo lloran por dentro e intentan sonreír por fuera? ¿Eh? ¿Eso me alarga la vida? Sólo me está recordando todo lo que me voy a perder cuando me vaya y no vuelva. Haría una lista sobre la gente que no quiero que venga a mi funeral. Él no estaría, por ejemplo, por mucho que duela. Toda esa gente del colegio tampoco, apestan. Hm, la verdad es que tendría que pensarlo mucho, porque si por mi fuera sólo vendría mi madre. Dejaría otra nota en la que daría permiso para que mi madre se tirase sobre mi tumba y gritara eso de “¡Es mi hijo, no os lo llevéis!”. No sería muy bonito, pero bueno. En las pelis lo hacen  y queda súper entrañable.
Espera, ¡yo quería ser incinerado! Hijos de puta, nunca cumplen la última voluntad del enfermo.

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